Testimonio de Vida

He oído, y en ocasiones pensado, cuan tontos son los adictos (en cualquiera de sus clases) por no tener la fuerza de voluntad para sobreponerse y superar su adicción.


De afuera, como todo en esta vida, las cosas se ven fáciles, más cuando se esta en el meollo del asunto y se CONOCE a profundidad la magnitud del conflicto, entonces, ¡y sólo entonces! Somos capaces de entender... cuan terrible resulta el vía crucis que conlleva el matar esa adicción; los tropiezos y caídas que hemos de tener en el camino, las veces que requerimos levantarnos y reiniciar el camino que nos conduce a la meta... !al logro de la meta¡.

Cuanta similitud guarda lo anteriormente descrito con el tema de las tentaciones humanas, ¿no les parece?. 


Recuerdo haber leído en alguna parte que la mejor recomendación para los adictos; por ejemplo, al alcohol, es el no acercarse a lugares donde se consuma alcohol, ni reunirse con personas que mantengan dicho hábito. En fin, poner tierra de por medio entre la botella y su persona. 


Lo mismo sucede con el Hombre, genéricamente, hablando, en cuanto a tentaciones se refiere. 


Recordemos lo que dice la Santa Escritura “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Mt 26,41. 


Pues resulta que al dejar de cumplir con esa hermosa recomendación de estar alerta y mantenerme en oración, permití que se generara el clima apropiado, donde debilitada espiritualmente, sucumbí a las tentaciones de la debilidad de la carne. 


Hoy viene a mi memoria una frase dicha por un ser especial a quien quiero mucho, ella dice: “Los santos deben haber superado enormes tentaciones para poder alcanzar el grado de santidad”


Luego de haber experimentado lo terrible de la muerte por pecado, lo oscuro de ese sepulcro, puedo dar fe de lo certero de estas sabias palabras.

El Señor nos regaló el don del discernimiento a través del Espíritu Santo para que seamos capaces de distinguir entre el bien y el mal, pues como dice la palabra (1 Corintios 10:23) Todo me es lícito, pero no todo conviene; date un chance, has uso de la verdadera libertad y escoge lo que es mejor para ti (Eclo 40, 18-27). 

El paso hacia la libertad inicia con un significativo "SI". 

Actualmente, existe el temor en muchas personas de permitir que Dios guíe y controle sus vidas, piensan que dar su vida a Dios implica convertirse en seres robots, aburridos, en fin..., pero la verdad es que cuando entregamos nuestra vida a Dios, Él nos da libertad para actuar y pensar conforme a la mente de Cristo (I Cor 2,16). 

Hay personas que están sumergidas en vicios, y vicios los hay de muchas formas, no sólo el alcohol y la drogadicción son vicios. Habemos, quienes estamos sumergidos a las indecisiones, a las tristes, a recuerdos, a otras personas que aniquilan nuestra esencia y nos convierten en sus sombras. 


El sometimiento puede tomar formas que inimaginables. Y aún así, habemos quienes "no queremos perder esa libertad". 


Tal vez tú nos estés sumergid@ en ningún vicio, pero igual piensa "no doy mi vida a Dios porque no quiero perder mi libertad". 


Dios quiere dar libertad al cautivo (Is 61,1). 


Y además te dice en Jn 8, 36 "Así que el Hijo les libertará, serán verdaderamente libres" y en Mt 11, 29-30 te recuerda "Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso". Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.”

Recuerda lo que dice el Señor "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia". Is 4, 10. 

Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador. En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica (Rom 8, 28-30).

Si, al igual que yo permitiste, que se ensuciará el vestido, ve a la fuente de Agua Viva, lava tu prenda y vuelve a vestirla. ¡Date un chance!. Juega otra vez.


Nadie es más feliz que aquél que se ha arrepentido sinceramente de su error. El arrepentimiento es la decisión de abandonar los deseos egoístas y buscar a Dios. Es un pesar genuino y sincero que nos molesta y nos lleva a reconocer el error y al deseo de mejorar.

Es una convicción interior que se manifiesta en acciones externas.

Uno ve el amor de Dios y no puede creer que Él te ame como te ama, y esta comprensión nos impulsa a cambiar de vida. Esa es la naturaleza del arrepentimiento.

El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. 2 Pedro 3, 9

La lectura del Mal 1, 14; 2, 2-8;10 del Domingo 30 de octubre me ofrece una lección extraordinaria para todo aquel consagrado para el servicio de Dios, donde se cuestiona que donde quiera que se siente o se plante una persona para dar consejos o regalar sentencias que no cumple, es un mentiroso, un injusto, un profanador del Nombre que representan, al Cristo Vivo. Es fácil dar y amarrar fardos pesados para otros y quedarse tranquilos en su butaca.

El llamado, hoy más que nunca, exige la coherencia, honestidad y justicia entre lo que proclamas y lo que haces.

¿Hay honestidad en tus palabras?. No hables mucho. Que el testimonio sea la palabra de tu vida (Jn 6, 68).

–Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed. (Jn 6, )

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